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Una nueva era macroeconómica. El cambio está en camino y nos debemos preparar para nuevos escenarios

El miedo más inmediato es que los mercados estallen, incapaces de gestionar la subida abrupta del costo del endeudamiento habiendo estado durante tanto tiempo conviviendo con tasas bajas.

Es lo que supone un gran cambio desde la década del 2010 y se está llevando a cabo con un aumento estructural en el gasto y la inversión pública con recursos buscando resolver las necesidades para afrontar el envejecimiento poblacional, el gasto en defensa ante potenciales amenazas de las autocracias, el cambio climático y las tensiones geopolíticas.

A pesar de la reciente moderación en los aumentos de precios, es probable que la alta inflación continúe desafiando a las economías occidentales durante mucho tiempo. En este contexto, los bancos centrales deben trabajar para restaurar la confianza del público y comunicándose de manera más efectiva con los ciudadanos a los que sirven.

A medida que los precios de la energía siguen cayendo y se afianza el efecto base de los aumentos de precios del año pasado, se espera que las tasas de inflación en todo el mundo occidental disminuyan. Aun así, es probable que los precios se mantengan inaceptablemente altos en el futuro previsible, lo que hace que la verdadera estabilidad de precios sea una perspectiva lejana.

Además, se espera que el aumento de los salarios y las tensiones geopolíticas en curso, junto con factores estructurales a largo plazo, como las tendencias demográficas y la desglobalización, mantendrán las expectativas de inflación por encima de los objetivos de los bancos centrales, lo que afectará a las economías y sociedades occidentales en el largo plazo.

En los últimos meses ha habido turbulencias en los mercados financieros y una creciente evidencia de estrés en la economía mundial. Podríamos pensar que estos son solo los signos normales de un mercado bajista y una recesión que se avecina.

Desde otra perspectiva, veo que están marcando el surgimiento de un nuevo régimen en la economía mundial, un cambio que puede ser tan importante como el surgimiento del keynesianismo después de la Segunda Guerra Mundial, un conjunto de postulados sobre la economía mundial que surgió a inicios del siglo 20 y que con el tiempo se convirtió en una línea de pensamiento para muchos economistas con el giro hacia los mercados libres y la globalización en la década de 1990.

Esta nueva era promete que el mundo rico podría escapar de la trampa del bajo crecimiento de la década de 2010 y abordar grandes problemas como el envejecimiento y el cambio climático. Pero también trae peligros agudos, desde el caos financiero hasta bancos centrales quebrados y gastos públicos fuera de control.

Los alborotos en los mercados son de una magnitud que no se ha visto en esta generación. La inflación mundial es de dos dígitos por primera vez en casi 40 años. La Reserva Federal tardó en responder y ahora está aumentando las tasas de interés a un ritmo muy rápido y el dólar está en su punto más fuerte durante dos décadas, causando caos fuera de Estados Unidos.

El 2022 fue un año espantoso para las carteras de inversiones con las acciones globales que cayeron un 25% en términos en dólares, el peor año desde al menos la década de 1980, y los bonos del gobierno en un camino de haber sido el peor año desde 1949. Junto con unos 40 billones de dólares de pérdidas, existe una sensación de malestar de que el orden mundial se está desmoronando y que la globalización se está extinguiendo y el sistema energético se fractura después de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Todo esto marca el final definitivo de la era de placidez económica en la década de 2010.

Después de la crisis financiera del 2007 al 2009, el desempeño de las economías ricas asumió un patrón débil con una inversión de parte de las empresas privadas moderada, incluso en aquellas que obtuvieron grandes ganancias y el stock de capital público, como parte del PIB, se contrajo en todo el mundo.

En la década posterior a la quiebra de Lehman Brothers el crecimiento económico fue lento y la inflación baja. Los sectores público y privado hicieron poco para estimular más actividad y los bancos centrales se convirtieron en el único juego disponible al mantener las tasas de interés en niveles mínimos y compraban grandes volúmenes de bonos ante cualquier señal de problemas, extendiendo su alcance aún más en la economía. En vísperas de la pandemia, los bancos centrales de Estados Unidos, Europa y Japón poseían la asombrosa cantidad de 15 billones de dólares en activos financieros.

El extraordinario desafío de la pandemia condujo a acciones extraordinarias que ayudaron a desencadenar la inflación actual: estímulos y rescates gubernamentales gigantes respondiendo a patrones sesgados de la demanda de los consumidores y dificultades en la cadena de suministros inducidos por el bloqueo de los países. Desde entonces, ese impulso inflacionario se ha visto impulsado por la crisis energética con una Rusia aislada de sus mercados en Occidente.

Ante un grave problema de inflación, la FED subió las tasas desde un 0,25% a lo que se espera que lleguen a 4,5%. La pregunta que nos cabe hacer debe ser qué se nos viene después. Un temor inmediato es una explosión, ya que un sistema financiero que se ha habituado a las bajas tasas de interés se despierta ante el creciente costo de los préstamos. Los desafíos están en otro lugar si tuviésemos un sistema financiero renovado que dependa menos de los bancos y más de la tecnología y los mercados fluidos.

Para entender por qué, miremos más allá a los fundamentos de largo plazo. En un gran cambio con respecto a la década de 2010, se está produciendo un aumento estructural en el gasto y la inversión de los gobiernos. Los ciudadanos que envejecen necesitarán más atención médica. Europa y Japón gastarán más en defensa para contrarrestar las amenazas de Rusia y China. El cambio climático y la búsqueda de seguridad impulsarán la inversión estatal en energía, desde infraestructura renovable hasta terminales de gas. Y las tensiones geopolíticas están llevando a los gobiernos a gastar más en política industrial. Sin embargo, incluso a medida que aumenta la inversión, la demografía pesará cada vez más en las economías ricas. A medida que las personas envejecen, ahorran más, y este exceso de ahorro seguirá actuando para deprimir la tasa de interés real subyacente.

Para los bancos centrales esto crea un dilema agudo. Con el fin de reducir la inflación a sus objetivos de aproximadamente el 2%, es posible que deban ajustarse lo suficiente como para provocar una recesión. Esto incurriría en un alto costo humano en forma de pérdida de empleos y desencadenaría una feroz reacción política. Además, si la economía se desinfla y vuelve a caer en la trampa de bajo crecimiento y bajas tasas de interés de la década de 2010, es posible que los bancos centrales vuelvan a carecer de suficientes herramientas de estímulo. La tentación ahora es encontrar otra salida y deben dejar de pensar en metas de inflación del 2% como las últimas décadas y elevarlas modestamente a por ejemplo el 4%.

Este nuevo mundo valiente de un gasto público algo más alto y una inflación algo más alta tendría ventajas. A corto plazo significaría una recesión menos severa o ninguna. Y, a largo plazo, significaría que los bancos centrales tienen más espacio para recortar las tasas de interés en una recesión, lo que reduce la necesidad de comprar bonos y rescates cuando algo sale mal, lo que causa una distorsión cada vez mayor de la economía.

Sin embargo, también conlleva grandes peligros. La credibilidad de los bancos centrales se verá dañada con muchas inversiones suscritas con la promesa de una inflación del 2% que se verían interrumpidos, mientras que una inflación levemente más alta redistribuiría la riqueza de los acreedores a los deudores.

Estas oportunidades y peligros son abrumadores y ya es hora de empezar a sopesarlos. Los mayores errores en economía son las fallas de imaginación que reflejan la suposición de que el régimen actual durará para siempre.

Ha llegado el momento de que los bancos centrales tomen medidas decisivas y mejoren sus estrategias de comunicación. Los formuladores de las políticas deben explicar con urgencia las razones de la alta inflación actual, sus consecuencias y las medidas adoptadas para abordarla.

En tiempos de alta inflación, es crucial restablecer el vínculo entre los bancos centrales nacionales y el público. Para lograr esto, los bancos deben deshacerse de tareas innecesarias, liberar capacidad, enfocarse únicamente en su mandato central y lanzar campañas integrales de divulgación pública. Lamentablemente, parece que los bancos centrales no están dispuestos a participar en este necesario proceso de autorreflexión.

El cambio está en camino y nos debemos preparar para nuevos escenarios. Adicionalmente, sumemos que el desarrollo de la Inteligencia Artificial plantea preguntas profundas con un gran significado para la economía mundial del futuro. Tengo grandes expectativas con la adopción generalizada de la IA que podría generar un gran aumento del PIB mundial.


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